24 Oct

Luis Eduardo Suárez Fonseca

10 de mayo de 1943 – 21 de octubre de 2014

Treinta y cinco años –la mitad de su vida– corresponde al tiempo que traté a Luis Eduardo Suárez, primero como su alumno, después como su colega, por último, y de un modo más especial, como su amigo, sin que esto último desvirtuara lo primero, pues ya como amigo seguí siendo su colega y nunca dejé de ser su alumno; en una palabra, y como tantos de los aquí presentes, y como muchos más ausentes, siempre fui su discípulo.

Ante la dificultad de trazar un bosquejo de este excepcional ser humano, he de limitarme por necesidad a hacer referencia a algunas notas sueltas de su carácter y de su espíritu, con la conciencia clara de que cada uno de nosotros podría hacer aportes sustantivos a este ensayo desde su propia experiencia personal con Luis Eduardo.

Ya con esto estoy señalando uno de los rasgos más característicos de Luis Eduardo, cual fue la extrema generosidad de su ser, dispuesto siempre a prestarle su colaboración a las personas que lo rodeaban. De aquí resulta el sentimiento que cada uno tenía de ser alguien singular para él, puesto que no escamoteaba recursos de ideas, de libros, de tiempo, a veces incluso de dinero, dentro de las posibilidades escasas de un profesor con responsabilidades familiares que siempre honró. No es tanto la magnitud de la ayuda lo que cuenta sino el espíritu con que se da, espíritu de disponibilidad, de entrega, de liberalidad.

En este respecto, pienso en particular en lo más valioso que tiene el ser humano, que es el propio tiempo, que sobre la base de una férrea disciplina consigo mismo, Luis Eduardo compartió sin restricciones con todos aquellos que se le acercaban, en especial con sus alumnos, después de su adorada familia, la razón de su vida.

Este desprendimiento de sí mismo podía incluso llegar a verse como una cierta dispersión, imagen falsa para quienes lo conocimos, pues su enorme capacidad de lectura y de estudio, aunada a su preclara inteligencia, su facilidad para las lenguas, y la amplitud y precisión de sus conocimientos, hacían que Luis Eduardo fuese un profesor cabal, concreto y económico. Es cierto que en el aula de clase les planteaba a los estudiantes retos constantes para su propia formación, pero esta era su manera peculiar de hacer manifiesta la primera y mayor virtud de un verdadero maestro, la paciencia que no se impacienta de sí misma.

A partir de lo que llegó a ser como profesor, Luis Eduardo se constituyó como una persona autónoma y libre, que siempre contó con el conocimiento, sin hacer del conocimiento un ídolo; que dio lo mejor de sí a instituciones que quiso y que respetó, como la Universidad Javeriana y el Seminario Mayor, sin que ello equivaliera a un declinar las banderas de la sana crítica y de la independencia de pensamiento. Esta actitud la aplicaba primero que todo respecto de sí mismo, verdadero filósofo, buscador de la sabiduría, que nunca sucumbió al autoengaño de estar en posesión de la verdad, sino que, por el contrario, proclamó y propició siempre el estudio constante de los saberes junto con su examen infatigable, lo que de cierto modo lo hacía más afín, más cercano, a los estudiantes que a las autoridades.

Modesto en sus modos personales, ajeno a todo afán de figurar y a la aspiración de honores y de reconocimientos, Luis Eduardo llegó a ser, sin quererlo ni buscarlo, emblema y símbolo de la Facultad de Filosofía de la Universidad Javeriana. En este triste día despedimos al esposo amantísimo de su esposa María Luz; al padre bondadoso y entregado de sus hijos Mónica, Javier y Diana, y por supuesto del esposo de Dianita, Marcel; al hermano mayor, guía y faro de sus tres hermanas, Rosaura, Nubia y Esther, y de su hermano Libardo. A su familia cercana y al resto de sus familiares les expresamos nuestro profundo sentimiento de abandono y soledad por la partida de este ser humano excepcional que ha sido Luis Eduardo Suárez Fonseca. Con el mayor respeto, empero, les pedimos su anuencia para hacer nuestros sus propios sentimientos, pues hoy también despedimos a un maestro en el sentido auténtico y pleno de la palabra; hoy despedimos una época de nuestra Facultad de Filosofía, un modo de ser, una presencia, una lucidez, una sonrisa.

Luchito, nos vas a hacer una falta inmensa y te vamos a extrañar allí donde el dolor es más hondo, en la cotidiana familiaridad de tu figura lectora en el sofá o en la cama, cuando en casa, y en el día a día de nuestra Facultad, con sus largos corredores ahora vacíos y silenciosos.

Pero Luchito, a nuestro amargo llanto de pesar, se unen cálidas lágrimas de agradecimiento, por todo lo que entregaste, que fue todo, primero a tu hermosa familia, y también a tus amigos, compañeros y alumnos, que también fue todo.

El Señor misericordioso y bondadoso te acoja en su santa gloria y nos dé a nosotros la fortaleza para en tu memoria proseguir el camino que iniciaste.

Amén.

Discurso de ingreso en la Orden Universidad Javeriana

6 Aug

Discurso de Ingreso en la Orden Universidad Javeriana

Alfonso Flórez

5 de agosto de 2014

Ante Dios, Señor de la sabiduría y de la ciencia, deposito estas palabras, con la confianza de que en ellas se vislumbre una brizna de la Verdad eterna, que se hizo historia en el pueblo de Israel y permanece con nosotros en su santa Iglesia.

A mi querida familia, la que ya fue llamada por el Padre a su morada y la que me acompaña en este transitar terreno, le manifiesto que sin ustedes, sin su amor, su paciencia y su ejemplo, nunca habría brotado en mi ser la semilla de los valores que pueda tener, esos que son de la casa y que se beben con la leche y se comen con el pan.

De mis maestros, muchos de ellos de la Compañía de Jesús, unos presentes, otros ausentes, aprendí la responsabilidad que trae aparejado el conocer, la alegría de compartir, la necesidad también de corregir, la generosidad de espíritu, pues sin dar nadie se ha hecho sabio.

En la Pontificia Universidad Javeriana encontré un hogar cálido y amable, sin excesos, pero con profundidad, humano, muy humano, en la real extensión de la palabra, donde he podido ser yo mismo, pero cada vez más, pues ante cada meta alcanzada me ofreció siempre un nuevo reto que podía alcanzar.

Con la Facultad de Filosofía he entrelazado mi vida, dándole lo que mis superiores estimaban que le podría dar, recibiendo a cambio afectos, encuentros, enseñanzas, momentos gratos que hacen una existencia.

Treinta y cinco años en la Universidad…es media vida, o mejor, una vida, porque ¿cómo puede una vida ser media? Estudiar filosofía y estudiarla en la Universidad Javeriana son ideas que me sugirió mi primer profesor de filosofía, mi profesor desde siempre, el P. Francisco Montaño, en aquél que fue el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, cuando joven e inexperto dudaba en entregar mis energías a una burocracia técnica. Aquí me recibieron los PP. Jairo Bernal y Jaime Vélez, comprensivos y eficaces, cuya discreción personal nunca ha sido obstáculo para la conversación cercana. La recepción académica la tuve en el curso de Propedéutica con la lucidez, entusiasmo y erudición del P. Enrique Gaitán, tan llorado. Un maravilloso primer semestre, con profesores de lujo, fue el abrebocas para una sucesión de semestres con extraordinarios maestros y muchos compañeros inolvidables. Maestros que se han marchado, pero que se quedan fueron el P. Jaime Hoyos, que dividía su exuberante energía entre las cuestiones de Santo Tomás y las preguntas heideggerianas. Con su encantadora sonrisa la Profesora Carmenza Neira nos ilustraba en Platón y en Aristóteles, mientras la palabra oracular del Profesor Jaime Rubio nos hacía sentir la Antropología Filosófica en nosotros mismos. Imposible no recordar en este momento a un verdadero sabio, el P. Carlos Bravo, el sacerdote que me bautizó cuando los padres jesuitas atendían a los innumerables párvulos de la Clínica de Maternidad David Restrepo, sin que yo supiera que dos décadas después el mismo sacerdote, en su célebre curso de Antropología de la Fe, le explicaría a mi entendimiento el sentido de la acción que acababa de cumplir en mi cabeza.

Por lo demás, con su amable severidad el P. Gerardo Remolina nos introducía en las discusiones especializadas de la Filosofía de la Religión y en las abstrusas aventuras del concepto hegeliano, mientras con el Profesor Luis Eduardo Suárez aprendíamos de lógica y de San Pedro Damián, un tenaz anti-dialéctico, y con el Profesor Francisco Sierra explorábamos las revoluciones científicas. Con el Maestro Jaime García Maffla, gran poeta por derecho propio, nos embarcamos en una travesía por la altamar de la poesía bajo el cielo tormentoso de la filosofía. Dadas mis inquietudes de entonces, que aún me tienen, constituyó una gran ocasión exploratoria el curso de Cristología con el profesor recién doctorado en Roma, P. Jorge Humberto Peláez. Al haber escogido al Maestro Eckhart como tema para el trabajo de grado, me correspondió que los lectores fueran los PP. Fernando Londoño y Fabio Ramírez, con quien pocos años más tarde, ya en el programa de doctorado, estudiaría los principios del portentoso pensamiento del Aquinate.

Una vez graduado, el Profesor Manuel Domínguez me hizo una primera oferta de trabajo, que poco después se consolidó por la generosidad del P. Jaime Hoyos. Fueron aquellos tiempos intensos, donde aparte de la filosofía, aprendí, creo, a ser profesor, en muchos espacios de la Universidad, en especial en la memorable Facultad de Comunicación, dirigida por la mano amistosa y firme del P. Joaquín Sánchez. Ya bajo la Decanatura del P. Fabio Ramírez, asumí como primer Director de Carrera, mientras preparábamos con mi amigo y colega Fernando Cardona nuestro viaje a Alemania, que contó siempre con el respaldo irrestricto y sincero del P. Gerardo Arango, que tanta falta nos hace. Al regreso de mi estancia de estudios, el Vicerrector Académico de entonces, P. Jorge Humberto Peláez, aprobó el plan para que concluyéramos el doctorado, a la vez que el Profesor Manuel Domínguez me daba un segundo voto de confianza en la Dirección de Carrera. Concluido el doctorado, y en la Decanatura de quien había sido mi compañero de estudios y apoyo firme en Alemania, P. Vicente Durán, asumí la Dirección de Departamento durante dos periodos consecutivos. En estos años de gestión administrativa, y también después como Decano, encontré siempre en las instancias de alta dirección de la Universidad, en los Rectores P. Gerardo Arango, P. Gerardo Remolina y P. Joaquín Sánchez, en los Vicerrectores todos, y en la administración en general, orientación y asistencia eficaz para abordar los grandes y pequeños problemas de dirección. Debo decir en este punto que, como Decano de una Facultad Eclesiástica, los Padres Provinciales Gabriel Ignacio Rodríguez y Francisco de Roux depositaron en mí su confianza para que la Facultad obrase como casa de estudios de los jóvenes jesuitas. En la Facultad tuve la fortuna de contar con el eficiente y organizado trabajo del cuerpo administrativo de la Facultad, a cuyo frente estaba la Sra. Martha Rocha, y que contaba con las Sras. Leonor González, Concepción Gutiérrez, Martha Castro y Luz Amparo Hurtado como competentes secretarias de las distintas áreas de la Facultad. Los cambios normales en el cuerpo administrativo me han dado la ocasión de conocer a nuevas personas, en quienes encuentro una ayuda oportuna en mis labores profesorales. Ahora que rememoro todo ello, comienzo a entender que los Directores pensábamos mucho de nosotros mismos cuando, en realidad, con modestia y en silencio el equipo administrativo iba conduciendo a la Facultad de día en día. Tampoco creo que hubiera podido alcanzar alguna meta sustantiva sin el esclarecimiento y la voluntad de los Directores con los que he compartido, en especial del Profesor Fernando Cardona en la Dirección de Posgrados, que con su trabajo y entrega han contribuido en todos estos años a la buena marcha de la Facultad. De la compañía cotidiana de mis colegas profesores he aprendido a apreciar la diversidad de lo humano, que en el diario laborar filosófico se mueve entre el acero del ejercicio lógico y la luminosidad de la tarea de comprensión. Me conmueve, en particular, la abnegación de los profesores de cátedra, con tantísimas horas de clase a su haber, y tanta experiencia y aprendizajes para compartir.

Las tareas de administración me mantuvieron durante mucho tiempo en un perfil bajo de profesor, lo que no significa que no haya contado con estudiantes serios, entregados, juiciosos, responsables, que con sus preguntas, actitudes y compromisos me enseñaron siempre y me siguen enseñando más de lo que yo pueda llegarles a enseñar a ellos. Por primera vez como profesor de tiempo completo en la Decanatura del Profesor Diego Pineda, he llegado a constatar que los estudiantes más incisivos, más adelantados, aparecen allí donde las actitudes teóricas del profesor son así mismo más personales, más sinceras. Quizás esa sea la razón para que después de algunos escarceos con diversos modos de hacer filosofía, haya encontrado en mis cursos de San Agustín y de Platón, que dicto en el pregrado, en el posgrado y en los cursos libres, una reciprocidad estudiantil que ha suscitado mi pensamiento y yo siento que me ha hecho crecer en los últimos tiempos como si transitara por una nueva florescencia.

Esto me lleva de nuevo a pensar en la Universidad, que con sus tiempos largos favorece los procesos humanos, que toman décadas, como expresión de una sabiduría institucional, derivada sin duda de las enseñanzas de San Ignacio y de San Francisco Javier, sabiduría cuya aprehensión requiere así mismo de elongadas frecuencias vitales. A veces hay que obrar con rapidez, por supuesto, y no sólo en las decisiones administrativas sino también en procesos de docencia e investigación, pero esta velocidad se da contra un trasfondo de permanencia en fidelidad a los principios perennes del Evangelio. Entiendo, pues, el ofrecimiento laboral de estabilidad tan característico de la Universidad Javeriana como una oportunidad preciosa de labrar la propia vida, para comprenderla, para asumirla, para entregarla también y compartirla.

Al final, todo vuelve al comienzo, a mi querida hermana Luz Myriam y mi querido hermano Vladdo, a sus bellas hijas, Laura y Sofía, y también a mi querida Alexandra, a mis tías Felisa y Lolita, y a mi primo Diego. A mis tías que me criaron como madres, Cristina y Alicia, siempre presentes en mi corazón, que me llevan a sentir, no sé si a pensar, que cuando hay amor, la muerte no es tan importante.

Con San Agustín he aprendido que nada bueno hay en el ser humano que él primero no haya recibido. Hoy, cuando la Pontificia Universidad Javeriana, en sus Rectores P. Joaquín Sánchez, primero, y P. Jorge Humberto Peláez, después, ha juzgado que tengo algún mérito para entrar a formar parte de la comunidad de honor que conforma la Orden Universidad Javeriana, he querido compartir con todos ustedes esta convicción decisiva del Obispo de Hipona, que es la de la Santa Iglesia, y por ende la misma mía, de que lo bueno que haya en mí lo he recibido del Señor, no por milagros ni por signos extraordinarios, sino por la acción benéfica de tantas personas que han llenado mi vida, a quienes pertenece en verdad este honor que hoy recibo en su nombre.

A todas ellas, a todos ustedes, gracias, muchas gracias;
que el Señor los colme de bendiciones.

Los límites de(l) Cosmos

24 Mar

La nueva serie Cosmos, que busca ser una continuación de la serie original de Carl Sagan, de hace ya poco más de treinta años, ha comenzado su andar televisivo en estas dos últimas semanas. El presentador, el astrónomo y físico Neil Tyson, conoció a Sagan cuando era estudiante de secundaria, y adoptó desde entonces la misma actitud de su mentor hacia la difusión de la ciencia en intervenciones y programas populares. El resultado final de dicho discipulado se expresa en esta serie, cuya producción corre a cargo de Ann Druyan, la viuda de Sagan, que ha querido mantener el formato, el enfoque, la idea de la serie original.
Quizás en esa entonces yo carecía de las herramientas de pensamiento para abordar el trasunto de la serie, quizás mi posición personal era ideológicamente más cercana a la ciencia, quizás ambas –aunque sigo estando cercano a la ciencia, sin ser cientificista–, quizás el libreto de Sagan y su concepto del tema eran superiores, quizás todo esto, pero lo cierto es que no puedo juzgar esta serie Cosmos sino como un lánguido esfuerzo por presentar ideas y opiniones que supuestamente se hallan detrás del quehacer de la ciencia como si fueran no sólo la ciencia misma sino la verdad absoluta sobre la totalidad de la realidad. Este es el mayor problema de esta serie, a saber, querer presentar algunos resultados ciertos de la ciencia, otros inciertos, como una nueva filosofía natural del cosmos, que sustituiría, por fin, las erróneas cosmovisones basadas en filosofías de estirpe sobrenatural y fideísta. En consecuencia, como todo programa ideológico, esta serie sólo puede ser vista con comodidad por aquéllos que ya comparten la ideología naturalista y cientificista que la permea. Lástima que se haya perdido esta gran oportunidad de poner al público del mundo al tanto de resultados de la ciencia sin presuponer una filosofía materialista.
Hasta aquí puede decirse que se trata de opciones de pensamiento de cada quien. Bueno, si eso es lo que ofrecen los canales internacionales, siempre queda la opción de escuchar Bach o Mozart. Ese no es el problema principal, sin embargo. La cuestión es que enardecidos por sus propios principios materialistas, los productores cometen torpeza tras torpeza en la presentación e ilustración de los resultados propios de la ciencia. Así, en el segundo episodio, los productores quieren hacernos creer que la ciencia tiene claro cómo se produjo por evolución el ojo humano, para lo cual dividen la pantalla verticalmente, donde la parte izquierda va mostrando el desarrollo del ojo, mientras la parte derecha va mostrando cómo vería ese ojo en ese estado de desarrollo. Todo ello es falso. Desde una perspectiva evolutiva, el ojo humano no es el fin del “desarrollo” que habría comenzado con la mancha óptica, ni hay razones para creer que un organismo “primitivo” “vería” el mundo como una mezcla indiferenciada de luces y sombras, a la espera de la visión distinta del ojo humano. “Así se va formando un ojo” es una expresión que no cabe en teoría evolucionista, donde cada especie es final de derecho y no una escala hacia alguna nueva especie. Que se formen nuevas especies a partir de especies anteriores es la base de la teoría evolutiva, pero que las especies posteriores sean la meta y el fin de las especies anteriores es un sinsentido en términos darwinianos. El gusano no ve peor que el tigre. Esto es absurdo en términos evolutivos. El gusano ve como mejor tiene que ver una criatura que lleva una vida de gusano. El “árbol de la vida” –expresión que quizás se usa aquí con el fin de remplazar la expresión bíblica, dados los resquemores de la Sra. Druyan con el relato del Génesis–, que representa la evolución de las especies, es un símbolo poco apto para ello, pues, como acabo de decir, en teoría evolutiva cada especie es final, no puede haber por ello tronco y ramas, como si una especie fuera la preparación del camino para otras especies. Se dirá que el chimpancé y el homo sapiens proceden ambos de un ancestro común, del cual por mutaciones al azar se produjo ya una especie, ya otra, que sobrevivió dada la coincidencia “feliz” de los cambios que produjo cada mutación con el ambiente particular en el que se dio, y que en ese sentido ese ancestro común es la rama de la que se separa la hoja del chimpancé y la hoja del homo sapiens. Pero se trata de una consideración en retrospectiva, y de ningún modo puede presentarse esta imagen como modelo de la evolución de la evolución. “Visto” desde el homo sapiens, pero también desde el chimpancé actual, desde la mosca actual, desde el pingüino actual, puede verse que el fin de la evolución llevaba al homo sapiens, al chimpancé, a la mosca, al pingüino. Cabe considerar cada especie viva en cualquier periodo de tiempo como la meta y el fin de la evolución. Pero el físico Tyson y la Sra. Druyan no tuvieron en este punto más ideas que repetir la ilustración de Sagan, falsa ya en 1980, donde la ameba va convirtiéndose en pescado, en anfibio, en reptil, en cuadrúpedo, en mono, en humano. Queda claro ahora que se trata de una ideología naturalista burda, para consumo de las grandes masas, porque las nociones de la ciencia imbricadas en estos procesos biológicos son mucho más complejas, diferenciadas y sutiles de lo que aguanta una serie en Prime Time.
Cuando se dice en el cabezote de la serie “el cosmos es todo lo que es, ha sido o será”, se asume simplemente la ideología materialista que estima, sin pruebas, sin reflexión, sin nada, que existir es algo equivalente a energía o materia. Ésta no es una afirmación de la ciencia, por supuesto, que no habla nunca de existencia, sino siempre de esencias, es decir, de lo que es cada una de las cosas que existe, así sea el propio Universo, pero ¿en qué momento se pasó de hablar de la naturaleza de algo a la existencia como tal de ese algo? Se dirá que la ciencia sí habla de existencia, como cuando habla de la existencia de los dinosaurios a partir de un hueso, o anticipa la existencia de Neptuno a partir de la perturbación de la órbita de Urano, etc. Pero la ciencia no dice nada de la existencia como tal, todo lo contrario, sólo habla de esencias: como este hueso es así y asá, tuvo que existir un dinosaurio así y asá, no la existencia como tal del dinosaurio, sino su naturaleza; no la existencia como tal del planeta Neptuno, sino su naturaleza, su brillo, su órbita, su masa, etc. La ciencia nunca ha tenido como objeto propio la existencia como tal de ningún objeto. Supone que el objeto existe, entonces, a partir de vestigios empíricos y de modelos teóricos anticipa que ese objeto debe tener tales y cuales propiedades, que son siempre de la esencia. Pero la existencia misma como tal nunca ha sido objeto de la ciencia, ni puede serlo. ¿Que los océanos se formaron por bombardeos de cometas, entonces la ciencia sí explica la existencia del agua en la Tierra? Explica que haya agua en la Tierra, pero no la existencia en cuanto tal del agua. ¡Ah, pero es que el agua se formó de hidrógeno y oxígeno! De nuevo, el agua se formó a partir de esos elementos, pero la existencia en cuanto tal de esos elementos no la explica la ciencia. ¡Pero es que todo proviene del Big Bang! Las ondas gravitacionales detectadas por el experimento Bicep2 –resultados pendientes de confirmación, pero que yo asumo como ciertos en gracia de discusión– dan testimonio de que el Universo se formó en el Big Bang y que se desarrolló mediante el proceso inflacionario –algunos proponen hablar sólo de inflación y dejar de lado la referencia al Big Bang– cuyo rastro son precisamente esas ondas. Como todo en ciencia, este modelo, este experimento y esta observación nos dice que el Universo de hace catorce mil millones de años era así y asá, es decir, tenía tales notas esenciales, esa era su naturaleza, de lo que la ciencia siempre habla, pero cuando se dice que esa esencia coincidía con la existencia, ésa ya no es una afirmación científica sino metafísica, y no es científica así se le ponga música “galáctica” de fondo y se ilustre con imágenes de las galaxias.
¿Cómo sería una ciencia que llegara a hablar alguna vez de la existencia? ¿Es siquiera posible una ciencia tal? En la singularidad absoluta a partir de la cual se habría iniciado el Universo actual –del experimento de Bicep2–, el Cosmos –de Sagan, Druyan y Tyson–, en dicha singularidad no se aplican las leyes de la física, ni siquiera hay leyes de la física, no hay física. Las leyes no pueden aplicarse sino a naturalezas diferenciadas, así éstas sean tan únicas y peculiares como el Universo en proceso inflacionario, diez a la menos treinta y seis segundos después de la singularidad en que se originó el cosmos. Un punto de energía, densidad y temperatura infinitas no es objeto de estudio de la ciencia, pues ahí todas las nociones científicas colapsan. Decir cualquier cosa de ese punto es especulación pura, no necesariamente en el sentido peyorativo de la palabra ‘especulación’, pero sí puede ser peyorativo si quienes así especulan lo hacen como si no se tratara de especulaciones y de sus especulaciones, sino de hechos científicos asentados, afirmados por nuestros modelos, validados por nuestros experimentos, y no de interpretaciones en el límite de lo cognoscible y de lo pensable.
Es curioso que el lanzamiento de la serie Cosmos haya coincidido con el descubrimiento de las ondas gravitacionales, pues de este modo ha quedado claro que no es sólo por ir por los canales internacionales que científicos divulgadores como Tyson caen en la ideología naturalista y materialista sino que los mismos científicos involucrados en los ultra-delicados y costosos experimentos comienzan a hablar en esos términos cuando abandonan sus computadoras y sus modelos y como personas pasan a hablar del significado de sus descubrimientos. Es curioso, pero muy humano, que científicos obligados en sus áreas a la mayor y más estricta objetividad, asuman de modo tan ingenuo los principios y valores de las filosofías naturalistas y materialistas, y crean, confundidos, que lo uno implica lo otro, que haber determinado la esencia del Universo primigenio los autoriza para hablar de su existencia, como si hace catorce mil millones de años hubiésemos estado más cerca de la existencia de lo que lo estamos ahora, pues su mentalidad científica queda satisfecha cuando ya no tiene que volver a plantearse problemas de existencia, ya que una vez en la existencia todo lo demás procede por azar, no importa si se trata de una estructura maravillosa y única como el ojo humano. Pero como decían Platón (Alcibíades I) y Agustín (De Trinitate, X), el ojo sólo puede verse en otro ojo, es decir, toda explicación del ojo humano supone una mirada anterior, interior, que vea el ojo como ojo, y si esta mirada ve el cosmos mismo, ya no es parte de él. El cosmos, pues, no es todo lo que es, ha sido o será, si hay alguien siquiera que entienda esta frase, así crea que es cierta.

Cultura e internet

7 Jan

Expreso la preocupación, consternación, por los graves efectos que el uso indiscriminado de la red está teniendo en la educación de las generaciones jóvenes. Fundamentalmente porque la red se usa en sentido horizontal, para comunicarse con los compañeros de edad, y muy poco, casi nada, en sentido vertical, esto es, como vía de apropiación de los grandes productos de la cultura. Mark Bauerlein ha argumentado largamente en sus libros acerca de este fenómeno. Transcribo un comentario sobre el libro de Bauerlein, The Dumbest Generation, comentario que trae todas las reflexiones que esta situación puede suscitar en una mente pensante y que, por lo tanto, simplemente transcribo sin más comentario. El texto está tomado de la publicación católica norteamericana First Things, de noviembre de 2008. Aquí está el vínculo, pero no sé si se trate de un texto con open-access, que es la razón por la cual lo transcribo en su totalidad: http://www.firstthings.com/article/2008/10/002-iphones-have-consequences-45

iPhones Have Consequences
Sally Thomas

In a Doonesbury cartoon of recent vintage, Zipper, nephew to the 1960s slacker Zonker Harris, sits in a college class, his laptop open before him, giving every impression of industrious note-taking: Tap tap tappity tap tap. “Dude,” a classmate instant-messages him. “The professor’s calling on you.”

While Zipper, stalling for time, asks to hear the question again, the classmate googles the answer and zaps it to him. To the professor’s obvious surprise, he rattles off, correctly, the names of the four greenhouse gases. “Dude,” the classmate messages him, “you owe me.” But Zipper’s thoughts are elsewhere: “I’ll never get through my email at this rate.” Tap tap tappity tap tap.

The project of Emory professor Mark Bauerlein’s new book, The Dumbest Generation: How the Digital Age Stupefies Young Americans and Jeopardizes Our Future; or, Don’t Trust Anyone Under 30, is to confront and dismantle the claim that digital technology is producing a higher-powered, better-informed, all-around smarter new generation than, say, the .01 percent of the Facebook population born in the 1960s.

Bauerlein recognizes that we live in a world where anyone with online access can read the Bill of Rights, dissect a virtual frog, take an online math quiz, tour the Metropolitan Museum of Art, watch a 1959 film of the German baritone Dietrich Fischer-Dieskau singing Franz Schubert’s Erlking, and read Plato’s Crito, any time of the day or night, for free.

But he also asks why, with all these advantages, so many young Americans sound like the high-school student who called a talk-radio show to complain about “all the boring stuff the teachers assign,” like “that book about the guy. [Pause] You know, that guy who was great.” “You mean The Great Gatsby?” asked the host. “Yeah,” said the caller. “Who wants to read about him?” The cultural candy shop is open as it’s never been open before, but evidence suggests that the kids aren’t buying.

Bauerlein offers exhaustive statistics that point to steep drop-offs in reading habits and general knowledge over the last twenty-five years. In the eighteen- to twenty-four-year-old demographic, for example, literary reader rates have declined by 17 percentage points since 1982. This, says Bauerlein, “isn’t just a youth trend. It’s an upheaval. The slide equals a 28 percent rate of decline, which cannot be interpreted as a temporary shift or as a typical drift in the ebb and flow of the leisure habits of youth. If all adults in the United States followed the same pattern, literary culture would collapse.”

It would be easier to dismiss Bauerlein’s claims as mere reactionary hysteria if the collapse were not already so evident. He quotes interviewees, from the “Jaywalking” segment of The Tonight Show, who don’t know where the pope lives (“England?”) or the tenure of a Supreme Court justice (“I’m guessing four years?”), or the title of any classic work of literature.

Their ignorance would seem outrageous if it didn’t sound just like the kind of thing my college-professor husband has been reading in student papers, hearing in conversations with students, and seeing in course evaluations for years. This is a 100-level course, and we shouldn’t be expected to do such complex reading, griped an entire chorus of students from a world-religions 101 course, for which the core text was a trade paperback that myhusband’s father, a college dropout, had once been assigned in a Sunday School class. In another religion class, a student paper referred repeatedly to something called the momentous island, a phrase that mystified my husband until he realized that what the writer meant was that infamous school-prayer compromise, the moment of silence.

At the prep school I attended, “where girls prepare to be tomorrow’s leaders today” and where every middle-school student now receives a school-issue laptop computer, ninth-graders no longer read The Once and Future King, because it’s “too long.” My eighth-grade English teacher, a patrician Southern lady of pronounced opinions, used to say, “My dears, you are not stupid. You are merely ignorant. And do you know why you are ignorant?” No, we really didn’t, but we were going to hear it anyway: “You are ignorant because you watch the idiot machine.”

This was thirty years ago, when there was only one idiot machine. Television, vehicle of Masterpiece Theatre and Match Game ’74, has now been joined by a whole Information Superhighway, with a seemingly infinite number of exits to places that might be, but too often are not, Project Gutenberg’s collection of electronic texts. Rather than connecting the new generation with the thought and achievements of previous generations, the Web, says Bauerlein, “encourages more horizontal modeling, more raillery and mimicry of people the same age. . . . It provides new and enhanced ways for adolescents to do what they’ve always done in a prosperous time: talk to, act like, think like, compete against, and play with one another,” nowadays in a hermetically sealed, youth-culture cyber-bubble.

To get an account on Facebook—as, in the interest of full disclosure, I should say that both my teenage daughter and I have done—is to enter a world in which people spend hours not only chatting but pretending to be werewolves who deliver bowls of pain to each other, or pretending to be pioneers on the Oregon trail who eat each other, or pretending to be superheroes who make each other levitate.

In such pursuits can an entire afternoon evaporate while the sentences sit undiagrammed, the history chapter unread, the magazine article unwritten. The Crito is out there, too, among the werewolves and the cannibals, but Socrates sits in his prison in vain: The youth of Athens are busy finding out what breakfast food is preferred by boy bands such as the Jonas Brothers.

The real outcome of Internet technology, argues Bauerlein, is not that it makes high culture readily available but that it usurps high culture’s place altogether. As one college student says, half-apologetically, “My dad is still into the whole book thing. He has not realized that the Internet kind of took the place of that.” An Apple Store window display features a row of gleaming laptop computers and a sign proclaiming, “The Only Books You’ll Ever Need.” Not, as Bauerlein points out, “The Only Computers.” Not “The Best Computers.” In the digital age, the Apples have trumped the oranges and rendered them obsolete, and already Johnny can’t remember what an orange tastes like.

While apologists for digital technology in the classroom trumpet computer smarts as an entirely new form of intelligence, an “e-literacy revolution,” Bauerlein offers page after page of studies that suggest e-literacy is merely newspeak for illiteracy. If students visiting interactive sites and playing video games develop, as the claim goes, “the kinds of higher-order thinking and decision-making skills employers seek today,” these skills come at the cost of time spent reading, digesting, and retaining hard knowledge. In fact, says Bauerlein, the average person’s “screen reading, surfing, and searching habits . . . mark an obdurate resistance to certain lower-order and higher-order thinking skills [including] the capacity to read carefully and to cogitate analytically.”

Contrary to claims that computer use enhances functional literacy, Bauerlein cites research suggesting that screen time actually inhibits language acquisition by limiting exposure to complex or unfamiliar words. Even “software god” Bill Joy, cofounder of Sun Microsystems, dismisses the world of blogs and gaming as “encapsulated entertainment”—adding, “If I was competing with the United States, I would love to have the students I’m competing with spending their time on this kind of crap.” So much for “digital intelligence,” says Bauerlein, if even technophiles recognize time spent at this generation’s idiot machines as largely wasted time.

But are the machines themselves the villains in this story? Could technology, on its own, spawn an entire mindless culture of flirting, gossiping, photo-uploading, and virtual navel-gazing—all in service of flipping off the phonies out there who don’t get that every passing emotion experienced by Tarquin D. Pebbleface and set down in textspeak is, like, “wry and hilarious,” dude? If, as Bauerlein claims, “the genuine significance of the Web to a seventeen-year-old mind” is “not the universe of knowledge brought to their fingertips, but an instrument of non-stop peer contact”—well, how did we get here?

The answer lies in the same dismal territory already traversed by Diana West in her recent book The Death of the Grownup: the wholesale abdication of adults, not only parents but teachers, in favor of adolescent self-government—a culture that nurtures its present at the expense of its past.

At its heart, Bauerlein’s book is not about machines at all but about what he calls “The Betrayal of the Mentors.” Simply put, the educational and cultural establishments have sold out tradition and authority in favor of “collaborative-learning” models and objectives like “working with every young person’s sense of self.” The average teenager, not surprisingly, views himself not as a student in need of enlightenment but as a kind of automatic savant.

“It is the nature of adolescents,” says Bauerlein, “to believe that authentic reality begins with themselves, and that what long preceded them is irrelevant.” But when the larger culture collaborates in this belief, the outcomes are, if not actually disastrous, at least depressing. Bauerlein notes that in a Time magazine cover story reporting on the “Twixter generation”— the demographic of twenty-two to thirty year-olds—“not one of the Twixter or youth observers mentions an idea that stirs them, a book that influenced them, a class that inspired them, or a mentor who guides them. Nobody ties maturity to formal or informal learning, reading or studying, novels or ideas or paintings or histories or syllogisms. For all the talk about life concerns and finding a calling, none of them regard history, literature, art, civics, philosophy, or politics a helpful undertaking.”

From the professor of Renaissance literature who declares, “Look, I don’t care if everybody stops reading literature,” to the urban teenage artist proclaiming that he’s not trying to be “Picasso or Rembrandt or whoever else, you know,” the leap is short and damningly direct. If even the grownups believe that what they know is not worth knowing, then the grownups—“teachers, professors, writers, journalists, intellectuals, editors, librarians, and curators”—are more than complicit in the creation of an exclusive teenage universe where the news is always “Me and How I Feel Now.” The technology, it would seem, merely facilitates the assumption that this is all the news that’s fit to print.

Ideas have consequences and, according to Bauerlein, the consequence of this particular idea will be the coming of age of successive generations who know less and less about the ideas that gave us Western civilization, and who therefore have less and less investment in its continuation. “Knowledge,” writes Bauerlein, “supplies a motivation that ordinary ambitions don’t.”

The kind of knowledge of which he speaks isn’t the sort that makes a person rich, beautiful, or popular. “It merely,” he writes, “provides a civic good.” In other words, learning a little, a person might come not only to regard himself as a member of society but to regard that society as something worth preserving.

Sally Thomas is a poet and homeschooling mother in North Carolina.

Sobre el “Comunicado de los profesores de planta de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana sobre la cancelación del Ciclo Rosa Académico”

20 Aug

En relación con el “Comunicado” que está circulando, cuyo contenido se atribuye de manera poco delicada a los profesores de planta de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Javeriana, aclaro que siendo yo mismo profesor de planta de esta Facultad en esta Universidad, no sólo no he suscrito dicho comunicado sino que les pedí explícitamente al Decano Académico, Prof. Diego Pineda, y al redactor del comunicado, Prof. Francisco Sierra, que se hiciera una discriminación de los nombres de los profesores que efectivamente suscriben dicho comunicado. No se procedió así y me veo en la necesidad de mencionar que un particular utiliza la expresión “los profesores de planta de la Facultad de Filosofía de la Universidad Javeriana” sin consideración alguna de las salvedades y precisiones que se le han pedido en este respecto.

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Encuentro histórico entre el papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI

28 Mar

De Francisco Jalics a Francisco

16 Mar

Los hechos ocurrieron en 1976, pocos meses después del golpe de estado en la Argentina. Dos sacerdotes jesuitas, el argentino Orlando Yorio y el húngaro-alemán Francisco Jalics, hacían trabajo popular en uno de los barrios marginales del gran Buenos Aires. Los militares iban tras cualquiera que fuese guerrillero o simpatizante, amigo, ideólogo o trabajador de causas populares. Para ellos todos eran iguales. Los hechos son confusos. Parece que algún conocido de los dos sacerdotes era efectivamente guerrillero, encubierto, sin aparentemente ellos estar apercibidos de ello. El hombre fue capturado y víctima posterior de desaparición forzada. Poco después los dos sacerdotes fueron interrogados preventivamante y puestos en libertad. En algún momento en este proceso, los dos sacerdotes junto con otros compañeros solicitaron y recibieron la dimisión de la orden jesuita, decisión que tomó el Provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina, P. Jorge Bergoglio. Pasados unos días, los dos sacerdotes fueron nuevamente capturados por fuerzas de seguridad del Estado. Vendados y atados, vejados y sometidos a tortura, estuvieron desaparecidos durante cinco meses, al cabo de los cuales un helicóptero militar los dejó en un paraje apartado, semidesnudos y drogados. Los dos se quejaron del trato recibido por las autoridades eclesiásticas, acusando Yorio específicamente a Bergoglio, cuya actuación los puso en situación de indefensión frente a las fuerzas de seguridad.

El General de la Compañía de Jesús, P. Pedro Arrupe, inició la indagación respectiva, recibiendo de Bergoglio la respuesta de que Yorio y Jalics ya no eran miembron de la orden. Jalics viajó a Estados Unidos y luego regresó a Alemania, mientras que Yorio permaneció primero en la Argentina y luego, con ayuda de Bergoglio, viajó a Italia. Tanto Arrupe, como su sucesor, P. Peter-Hans Kolvenbach, les ofrecieron a los dos sacerdotes ser readmitidos en la Compañía, pero Yorio puso como condición tener acceso al archivo de su caso en la Curia General en Roma. Kolvenbach le manifestó que ello era imposible, con lo que Yorio simplemente quedó fuera de la orden, aunque nunca abandonó el sacerdocio. Tras un tiempo de estudios en Roma, volvió a la Argentina, donde muchos lo atacaron por su defensa de los más débiles, debiendo buscar refugio en Uruguay en sus últimos años. Falleció repentinamente en el año 2000, sin haber cedido nunca en sus señalamientos a Bergoglio, a quien llegó a acusar no sólo de omisión o de decisiones imprudentes sino incluso de haberlos denunciado a él y a Jalics ante las fuerzas de seguridad. Terminada la dictadura, la justicia argentina abrió varias causas en relación con la responsabilidad de Bergoglio, que nunca pasaron de la fase preliminar, al no haber pruebas ni testigos para proseguir la investigación.

Jalics, por su parte, aceptó el ofrecimiento de Kolvenbach y se reintegró plenamente a la Compañía, se radicó en la franconia bávara y llegó a ser un destacado escritor de temas de espiritualidad y director de ejercicios espirituales. En su libro Ejercicios de contemplación, Cap. 5 (Sígueme, Salamanca 1998; edición original: Kontemplative Exerzitien, 1996)  señaló que en medio de la experiencia del secuestro se había hecho consciente de su estado interior en comunión con la persona de Jesucristo, indicando que su posterior camino de espiritualidad había estado muy marcado por ese triste acontecimiento. En su página oficial, empero, no aparece ninguna referencia ni al hecho mismo ni a la enseñanza que aparentemente derivó de él. Años después, invitado por el arzobispo Bergoglio, Jalics viajó a Buenos Aires, donde se encontró con Bergoglio, concelebraron una misa pública, hablaron de lo acontecido y se dieron un abrazo fraterno. Dos días después de la elección del papa Francisco, y ante la presión de los medios, el P. Jalics, “que está de vacaciones fuera del país y no está disponible para entrevistas”, emitió un comunicado público, seco y austero, donde hace una recapitulación de los hechos, ni inculpa ni exculpa a Bergoglio, señala que no puede tomar ninguna posición en relación con el papel que el P. Bergoglio cumplió en esos acontecimientos (Ich kann keine Stellung zur Rolle von P. Bergoglio in diesen Vorgängen nehmen), recuerda el encuentro que tuvieron y concluye que está reconciliado en relación con hechos del pasado y que, por su parte, el asunto ya se halla cerrado y concluido (Ich bin mit den Geschehnissen versöhnt und betrachte sie meinerseits als abgeschlossen). Le desea al papa Francisco las bendiciones del Señor en el desempeño de su cargo (Ich wünsche Papst Franziskus Gottes reichen Segen für sein Amt).

Cuando en el cónclave del año 2005 el nombre de Bergoglio sonó como papabile, estos hechos fueron de conocimiento público, y poco después el cardenal publicó un libro-entrevista –él que huye de los medios de comunicación–, realizado por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, El jesuita (Ed. Vergara, Buenos Aires 2010), donde rechazaba estas acusaciones y daba pruebas y datos de sus actuaciones durante la dictadura argentina, habiendo alojado en el Colegio Máximo a distintas personas que estaban en riesgo e incluso habiéndole facilitado su identificación a un hombre con el que tenía cierto parecido, que gracias a ello pudo escapar al Brasil. Sobre su relación con la salida de la orden de Yorio y de Jalics, dice lo siguiente:

“— ¿Cuál fue su desempeño en torno al secuestro de los sacerdotes Yorio y Jalics?

— Para responder, tengo que contar que ellos estaban pergeñando una congregación religiosa, y le entregaron el primer borrador de las reglas a los monseñores Pironio, Zazpe y Serra. Conservo la copia que me dieron. El superior general de los jesuitas, quien por entonces era el padre Arrupe, dijo que eligieran entre la comunidad en que vivían y la Compañía de Jesús y ordenó que cambiaran de comunidad. Como ellos persistieron en su proyecto, y se disolvió el grupo, pidieron la salida de la Compañía. Fue un largo proceso interno que duró un año y pico. No una decisión expeditiva mía. Cuando se le acepta la dimisión a Yorio (también al padre Luis Dourrón, que se desempeñaba junto con ellos) –con Jalics no era posible hacerlo, porque tenía hecha la profesión solemne y solamente el Sumo Pontífice puede hacer lugar a la solicitud–, corría marzo de 1976, más exactamente, era el día 19. O sea, faltaban cinco días para el derrocamiento del gobierno de Isabel Perón. Ante los rumores de la inminencia de un golpe, les dije que tuvieran mucho cuidado. Recuerdo que les ofrecí, por si llegaba a ser conveniente para su seguridad, que vinieran a vivir a la casa provincial de la Compañía.

— ¿Ellos corrían peligro simplemente porque se desempeñaban en una villa de emergencia?

— Efectivamente. Vivían en el llamado barrio Rivadavia del Bajo Flores. Nunca creí que estuvieran involucrados en “actividades subversivas” como sostenían sus perseguidores, y realmente no lo estaban. Pero, por su relación con algunos curas de las villas de emergencia, quedaban demasiado expuestos a la paranoia de caza de brujas. Como permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante un rastrillaje. Dourrón se salvó porque, cuando se produjo el operativo, estaba recorriendo la villa en bicicleta y, al ver todo el movimiento, abandonó el lugar por la calle Varela. Afortunadamente, tiempo después fueron liberados, primero porque no pudieron acusarlos de nada, y segundo, porque nos movimos como locos. Esa misma noche en que me enteré de su secuestro, comencé a moverme. Cuando dije que estuve dos veces con Videla y dos con Massera fue por el secuestro de ellos.

— Según la denuncia, Yorio y Jalics consideraban que usted también los tachaba de subversivos, o poco menos, y ejercía una actitud persecutoria hacia ellos por su condición de progresistas.

-— No quiero ceder a los que me quieren meter en un conventillo. Acabo de exponer, con toda sinceridad, cuál era mi visión sobre el desempeño de esos sacerdotes y la actitud que asumí tras su secuestro. Jalics, cuando viene a Buenos Aires, me visita. Una vez, incluso, concelebramos la misa. Viene a dar cursos con mi permiso. En una oportunidad, la Santa Sede le ofreció aceptar su dimisión, pero resolvió seguir dentro de la Compañía de Jesús. Repito: no los eché de la congregación, ni quería que quedaran desprotegidos.

— Además, la denuncia dice que tres años después, cuando Jalics residía en Alemania y en la Argentina todavía había una dictadura, le pidió que intercediera ante la Cancillería para que le renovaran el pasaporte sin tener que venir al país, pero que usted, si bien hizo el trámite, aconsejó a los funcionarios de la Secretaría de Culto del Ministerio de Relaciones Exteriores que no hicieran lugar a la solicitud por los antecedentes subversivos del sacerdote…

— No es exacto. Es verdad, sí, que Jalics –que había nacido en Hungría, pero era ciudadano argentino con pasaporte argentino– me escribió siendo yo todavía provincial para pedirme la gestión pues tenía temor fundado de venir a la Argentina y ser detenido de nuevo. Yo, entonces, escribí una carta a las autoridades con la petición –pero sin consignar la verdadera razón, sino aduciendo que el viaje era muy costoso– para lograr que se instruya a la Embajada en Bonn. La entregué en mano y el funcionario, que la recibió, me preguntó cómo fueron las circunstancias que precipitaron la salida de Jalics. “A él y a su compañero los acusaron de guerrilleros y no tenían nada que ver”, le respondí. “Bueno, déjeme la carta, que después le le van a contestar”, fueron sus palabras.

— Cardenal, usted deslizó antes que durante la dictadura, escondió gente que estaba siendo perseguida. ¿Cómo fue aquello? ¿A cuántos protegió?

—En el colegio Máximo de la Compañía de Jesús, en San Miguel, en el Gran Buenos Aires, donde residía, escondí a unos cuantos. No recuerdo exactamente el número, pero fueron varios. Luego de la muerte de monseñor Enrique Angelelli (el obispo de La Rioja, que se caracterizó por su compromiso con los pobres), cobijé en el colegio Máximo a tres seminaristas de su diócesis que estudiaban teología. No estaban escondidos, pero sí cuidados, protegidos. Yendo a La Rioja para participar de un homenaje a Angelelli con motivo de cumplirse 30 años de su muerte, el obispo de Bariloche, Fernando Maletti, se encontró en el micro con uno de esos tres curas que está viviendo actualmente en Villa Eloísa, en la provincia de Santa Fe. Maletti no lo conocía, pero al ponerse a charlar, éste le contó que él y los otros dos sacerdotes veían en el colegio Máximo a personas que hacían “largos ejercicios espirituales de 20 días” y que, con el paso del tiempo, se dieron cuenta de que eso era una pantalla para esconder gente. Maletti después me lo contó, me dijo que no sabía toda esta historia y que habría que difundirla.

— Aparte de esconder gente, ¿hizo algunas otras cosas?

— Saqué del país, por Foz de Iguazú, a un joven que era bastante parecido a mí con mi cédula de identidad, vestido de sacerdote, con el clergiman y, de esa forma, pudo salvar su vida. Además, hice lo que pude con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba, para abogar por personas secuestradas. Llegué a ver dos veces al general (Jorge) Videla y al almirante (Emilio) Massera. En uno de mis intentos de conversar con Videla, me las arreglé para averiguar qué capellán militar le oficiaba la misa y lo convencí para que dijera que se había enfermado y me enviara a mí en su reemplazo. Recuerdo que oficié en la residencia del comandante en Jefe del Ejército ante toda la familia de Videla, un sábado a la tarde. Después, le pedí a Videla hablar con él, siempre en plan de averiguar el paradero de los curas detenidos. A lugares de detención no fui, salvo una vez que concurrí a una base aeronáutica, cercana a San Miguel, de la vecina localidad de José C. Paz, para averiguar sobre la suerte de un muchacho”.

Queda claro que en el mencionado libro el cardenal Bergoglio explica cómo se presentó en varias ocasiones ante los generales de la Junta Militar para averiguar por la suerte de distintos detenidos, entendiéndose que los dos sacerdotes quedaron en libertad gracias a esas gestiones. Es importante señalar, en todo caso, que los dos hombres no fueron arrojados al mar, destino que sufrieron miles de presos de la dictadura. En el libro antes mencionado, el P. Jalics señala que de los seis mil detenidos que pasaron por las instalaciones militares donde ellos estuvieron presos, sólo ellos dos se salvaron. Empero, en el libro-entrevista el cardenal no parece aclarar con más detalles los acontecimientos referentes a los sacerdotes Yorio y Jalics. No es descartable que en todo este asunto, aparte de su proverbial prudencia y reserva, Bergoglio esté atado por alguna otra promesa de guardar silencio, quizás incluso bajo el secreto de confesión. Así, Bergoglio habría preferido cargar con la cruz de malentendidos y rumores antes que traicionar la confianza que personas desesperadas pudieron depositar en él en esos momentos.

Es imposible pensar que algunas de las personas mejor informadas del planeta, los cardenales de la Iglesia Católica, tanto más, cuanto que se encontraban reunidos para nombrar al máximo jerarca de la Iglesia, obraran ayunas de estos acontecimientos de hace ya casi cuarenta años en los que se vio involucrado el cardenal Bergoglio. Con seguridad los cardenales conocieron esos hechos y con la misma seguridad los desestimaron. Pero, ¿y la opinión pública? Pasados los primeros momentos de euforia por el nuevo papa, latinoamericano, sencillo, jesuita, que ha querido con el nombre adoptado hacer suyo el apostolado del “tímido y dulce Francisco de Asís”, junto con el fuego arrasador evangelizador de Francisco Javier, que ha querido con el nombre adoptado reconciliar al papado consigo mismo, suprimiendo ya no la orden más importante de la Iglesia sino las diferencias que parecían irreconciliables entre franciscanos y jesuitas, encarnadas en el papa franciscano Clemente XIV y en el papa jesuita Francisco, pasados estos primeros momentos, se siente una callada, pero angustiosa inquietud en diferentes círculos eclesiásticos. Habiendo otros 114 cardenales, ¿era realmente necesario someter a la Iglesia a este escrutinio público del pastor universal? El joven Ratzinger que fue movilizado al final de la Segunda Guerra Mundial tenía como excusa o justificación la obligación de la conscripción, el estado de guerra, la juventud. ¿Qué tanto participó Ratzinger en acciones bélicas? No se sabe. Él mismo dio a entender que estuvo en entrenamiento militar y que anduvo de aquí para allá sin haber entrado nunca en combate. Bueno, sea así. Pero, ¿Bergoglio? En 1976 ya no era un muchacho sino un hombre de 39 años. A cargo de los jesuitas de todo un país. En situación de dictadura militar, además. ¿Pudo haber tomado malas decisiones? ¿Quizás hizo menos de lo que realmente habría podido hacer? Si la decisión de Bergoglio hubiera sido atinada, ¿por qué los dos Generales de la Compañía, Arrupe y Kolvenbach, le habrían hecho a Yorio el ofrecimiento de reincorporación? Es sabido que la orden jesuita no le pide a nadie que entre a sus filas. Al contrario, hay que pedirle con compromiso y hechos probados la admisión. Pero la decisión de los Generales también podría entenderse como un respaldo al provincial Bergoglio, que en una situación de extrema gravedad hubo de tomar decisiones difíciles. El papa Francisco es hoy superior del retirado P. Kolvenbach, único que quizás tenga claros todos los hilos del asunto.

¿Tiene que ser intachable la persona designada para asumir como papa? ¡Ojalá lo fuera siempre! Pero, ¿es ello posible? ¿Es siquiera deseable? ¿Quién podrá soportar íntegro el escrutinio no ya de los hombres sino de Dios mismo? Con su “reconciliación” con Clemente XIV, ¿no muestra el papa Francisco que la Iglesia es superior a los pobres hombres que la componen? Por lo demás, aquellos hechos con los que el P. Jalics desde hace años está reconciliado, ¿no le habrán servido también a Bergoglio para asumir de otro modo sus oficios como pastor? No es un dato de poca monta hacer notar que el P. Jalics fue director espiritual de Bergoglio durante dos años en su periodo de formación. Es decir, su sencillez, su humildad, su pobreza, ¿no derivarán también de enseñanzas que le dejaron sus propias actuaciones en aquellos días? Por cierto, las primeras admoniciones del papa Francisco van en la línea de la tranquilidad y el sosiego como herramientas fundamentales de la espiritualidad. Algo que el hesicasta P. Jalics miraría de buen grado. Por cierto, en sus primeras homilías el papa Francisco recuerda que la verdadera sabiduría se alcanza en la ancianidad y que por ello los ancianos deben estar atentos a los jóvenes. A sus 39 años, ¿era el P. Bergoglio todavía muy joven para asumir responsabilidades de mayores? ¿No recibió entonces el consejo que necesitaba? Por cierto, en su primer mensaje de Angelus, el papa Francisco enseña que el Señor no se cansa de perdonarnos, así nosotros nos cansemos de pedirle perdón. Como todas las intervenciones pontificias, ésta no es una mera declaración, es el cumplimiento de lo que dice: el papa Francisco le pide al Señor, ante su Iglesia, que le dé fuerzas para seguirle pidiendo perdón.

Sea de todo esto lo que sea, en la adopción de nombre del cardenal Bergoglio, recién elevado a la mayor dignidad, creemos discernir un significado oculto, más personal, quizás a modo de mea culpa, quizás como un modo de honrar a los antiguos compañeros, quizás como una forma de preservar un secreto que no puede revelarse. Cuando a la pregunta del cardenal decano de cómo quiere ser llamado el nuevo papa, el cardenal Bergoglio responde con Franciscus, parece realmente imposible que junto a la asociación con los grandes santos de la Iglesia del mismo nombre y junto al diferendo entre franciscanos y jesuitas, no hubiera pasado por su mente, como un relámpago de años expiados o secretos, aquella situación en que como un pobre hombre, como cualquier otro, quedó en deuda con su amigo y hermano, o como un hombre excepcionalmente grande, le salvó la vida, estoy hablando, claro, del único sobreviviente de esos días y meses de terror, desconfianza, confusión y secreto, del P. Francisco Jalics.

Valga mencionar una última coincidencia en este extraño juego de poder y pecado, de perdón y reconciliación. El provincial de los jesuitas en la Argentina, P. Jorge Bergoglio, firmó la dimisión de la orden del P. Orlando Yorio un 19 de marzo, mismo día de la misa de inicio del ministerio del papa jesuita Francisco … 37 años después.

Coincidencias o no, el 19 de marzo, el papa Francisco, se presenta como compendio de la relación del P. Jorge Bergoglio con los PP. Orlando Yorio y Francisco Jalics.

Un resumen de la historia:

http://www.huffingtonpost.com/2013/03/13/pope-francis-kidnapping_n_2870251.html

Las acusaciones más crudas del periodista argentino, no propiamente ecuánime, Horacio Verbitsky:

http://www.thedailybeast.com/articles/2013/03/15/pope-francis-s-dirty-war-dealings.html

Una presentación más mesurada (en alemán):

http://www.spiegel.de/panorama/gesellschaft/der-papst-und-die-junta-ich-habe-getan-was-ich-konnte-a-888990.html

Relato en la revista Der Spiegel, con el dato de la invitación a Buenos Aires de Bergoglio a Jalics:

http://www.spiegel.de/international/world/pope-francis-had-dubious-role-in-argentine-military-dictatorship-a-889061.html

Datos sobre el libro El jesuita:

http://lamula.pe/2013/03/14/bergoglio-y-su-rol-en-la-dictadura-segun-el-libro-el-jesuita/lamula

Francisco reconoce que tomó dicho nombre por el santo de Asís:

http://www.spiegel.de/panorama/gesellschaft/audienz-von-papst-franziskus-in-rom-a-889301.html

Sobre el P. Orlando Yorio:

http://www.chasque.net/umbrales/rev120/pag30.htm

Página oficial del P. Franz Jalics:

http://www.kontemplative-exerzitien.de/p__jalics___leben_und_werk.html

Declaración del P. Franz Jalics referente al papa Francisco:

http://www.jesuiten.org/aktuelles/details/article/erklarung-von-pater-franz-jalics-sj.html

Primeras imágenes conocidas del interrogatorio del cardenal Bergoglio sobre el secuestro de los PP. Yorio y Jalics ante la justicia argentina en noviembre de 2010:

http://www.newrepublic.com/article/112692/pope-francis-and-argentinas-dirty-war-video-testimony#

El papa Francisco

14 Mar

¿Francisco, el papa Francisco, Francisco I? La Santa Sede me ha corregido a mí y a todos los que desde un principio, emocionados, nos comprometimos con el nombre ‘Francisco I’. No, como no hay un Francisco II, no hay tampoco un Francisco I. Simplemente Francisco. Pero, ¿Francisco? Veamos. ‘Benedicto XVI viaja a México’. Listo, todos entendemos. ‘Francisco viaja al Brasil’. No, no es tan claro o tan completo. Toca decir: ‘El papa Francisco viaja al Brasil’. Circunloquio que podría obviarse si dijéramos: ‘Francisco I viaja al Brasil’. Yo creo que las razones de la Santa Sede para que el nombre de un papa que nunca se ha usado antes no sea ‘primero’, mientras no haya ‘segundo’, creo que estas razones son históricas. Me parece, sin embargo, desde una perspectiva lógica, que para que haya un primero no se requiere fácticamente que haya un segundo, sino tan sólo que quepa la posibilidad de que haya uno que sea segundo. Y mientras exista la Iglesia Católica siempre habrá la posibilidad de que un nuevo papa se llame ‘Francisco’. La Iglesia, en todo caso, se me dirá, no es un sistema lógico, sino una realidad histórica.

Hablando, entonces, de realidades históricas, el papa Francisco es el primer pontífice no europeo desde el año 741, cuando falleció el papa sirio San Gregorio III. Es que el papa Francisco es el primer papa nacido al sur de la línea ecuatorial, el primero nacido fuera del Viejo Continente o de la cuenca del Mediterráneo. Es que es el primer miembro de la Compañía de Jesús –esa benemérita orden– en acceder al solio de San Pedro, y el primer miembro de una orden religiosa que es papa en más de cien años, y eso que si somos estrictos, el último papa de una orden religiosa –no monástica, como Gregorio XVI, fallecido en 1846, ni de una orden secular, como León XIII, que murió en 1903– había sido Clemente XIV, fallecido en 1774, franciscano precisamente y quien, para más señas, fue el papa que ordenó la supresión de la Compañía de Jesús en 1773. En su reposo eterno, muy sorprendido estará el franciscano papa Clemente XIV  de que 240 años después de que en medio de lágrimas hubiese ordenado la supresión de la Compañía, un hijo de San Ignacio ocupe la misma silla pontificia, precisamente bajo el nombre de Francisco. Yo creo que se alegrará, sin duda, pues con ello el curso de la Iglesia, guiada con mano segura, pero suave, por el Espíritu Santo, se muestra más fuerte que las frágiles y cuestionables decisiones humanas. Que un jesuita papa lleve el nombre de Francisco es una manifestación clara de que la Iglesia en su totalidad es más que la suma de sus partes, así éstas sean órdenes tan poderosas, y benéficas, como los franciscanos o los jesuitas. Por estas razones, me parece que el papa, como quiera que se lo denomine, en latín, Franciscus, en inglés, Francis, en alemán, Franziskus, en francés, François, en español y portugués, Francisco, amerita la denominación de ‘primero’, que no será canónica, pero para nosotros es primero por estas y muchas otras razones.

Francisco I

13 Mar

Hoy 13 de marzo de 2013 el Cardenal Jorge Mario Bergoglio (Buenos Aires, 17 de diciembre de 1936) ha accedido al trono de San Pedro, con el nombre de Francisco I. Hombre humilde, sencillo, de profunda piedad y buen humor, siendo jesuita, ha elegido el nombre de uno de los grandes santos de la Iglesia, Francisco de Asís, modelo de humildad y de amor a la creación. Nombre también de uno de los mayores santos jesuitas –si entre los santos puede haber rankings–, Francisco Javier, encendido de amor por la Iglesia y por la Compañía de Jesús, que no dudó en lanzarse a los mares para cruzar medio mundo en su camino de evangelización. El papa no tuvo reparo en romper una tradición centenaria y escoger un nombre que no había sido utilizado todavía por ningún pontífice. Humildad, evidentemente, no debe confundirse con pusilanimidad. Quiera el Señor que Francisco I le muestre a la Iglesia y a todos los cristianos el camino de la humildad y el amor de la creación de Francisco de Asís, junto con el amor a la Iglesia y compromiso evangelizador de Francisco Javier, en un mundo que nunca antes necesitó más del amor y de la fraternidad cristianas. Valga decir que en sus primeras palabras, el papa hizo referencia tanto a la fraternidad como a la evangelización, evangelización que comienza en el corazón de cada uno de los fieles. Como lo pidió el papa, oremos por Francisco I para que el Espíritu Santo lo ilumine en su oficio de pastor universal.

Benedicto XVI

11 Feb

La sorpresiva renuncia de Benedicto XVI al oficio del papado me ha llevado a cavilar un par de cuestiones. En primer lugar, recordando que Benedicto XVI nació en 1927, mientras que Juan Pablo II había nacido en 1920, es fácil ver que los siete de años de diferencia de edad entre los dos pontífices se corresponden con los siete años durante los cuales Benedicto XVI ejerció el ministerio petrino (digo “ejerció” porque en este momento, aunque la vigencia de la renuncia esté en el futuro, más exactamente el 28 de febrero de 2013 a las 8,00 p.m. hora de Roma, como la renuncia ya se anunció, se trata de un hecho irreversible). Elegido a la sombra del gran pontífice que fue Juan Pablo II, a la edad avanzada de 78 años, Benedicto XVI quiere vincularse de este modo a su ilustre predecesor, sin pretender ser más que él. “Bástele al discípulo ser como su maestro”, como dice el Evangelio. En ciero sentido, quien bajo Juan Pablo II ocupara durante dos décadas la prefectura de la Sagrada Congregación de la Fe, nos da a entender con este gesto que su pontificado viene a ser como el diamante de la corona del pontificado joanino-paulino. ¡Y en verdad lo hizo bien! Teólogo de primer orden, promulgó tres encíclicas de fuerte orientación trinitaria, en las que es indiscutible la relevancia que quiere otorgarle al amor cristiano, la caritas. Ya concluyó la publicación de su bien recibido Jesús de Nazareth, en tres pequeños volúmenes, donde logra aunar la voz del pastor universal con la del teólogo académico, singular logro de sencillez y de erudición. Habiendo sido tan cercano a Juan Pablo II, pudo ver la indignidad de los últimos días del papa viajero, llevado de sus estancias al hospital y de nuevo a sus estancias, triste final para la persona más vista de la historia de la humanidad. Al ahorrarle a la Iglesia los meses dolorosos de su decaimiento final, con las inevitables intrigas que ello conlleva, Benedicto XVI nos da una lección final de humildad. Quien fuera un brillante, pero a fin de cuentas mero teólogo y Herr Professor, fue conducido a las oficinas vaticanas, como uno más de tantos otros cardenales de la administración eclesiástica, y cuando a los 75 años, como es de ley, solicitó su retiro, su antecesor se lo negó, para poco después acceder a la mayor responsabilidad de su vida a la avanzada edad de 78 años. Sin hacer de esta dignidad un botín, como dice el himno cristológico de la Carta a los Filipenses, logra ahora, ¡por fin!, acceder a su retiro, toda vez que como papa su decisión no depende de nadie más que de él mismo. El 28 de febrero a las ocho de la noche, habiéndose despojado de sus ornamentos pontificios, mas no de su dignidad papal, el anciano teólogo y obispo Joseph Ratzinger se recluirá en un monasterio de clausura adscrito al Vaticano, desde donde dedicará sus últimos días a continuar sirviéndole a la Iglesia vita orationi, en una vida de oración. Supongo que seguirá escribiendo, pero no creo de ningún modo que autorice ninguna nueva publicación bajo su nombre, lo que en cierto sentido sería una violación de la clausura, además de un incómodo aletear en el oído de su sucesor. Por supuesto, ya no lo veremos más, y quien hasta ahora ha sido una de las figuras públicas de mayor exposición mediática, no entrará en contacto más que con un puñado de personas, entre ellas el nuevo papa, que lo visitará para dispensarle su bendición apostólica.

La Declaratio en latín de Benedicto XVI:

http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2013/february/documents/hf_ben-xvi_spe_20130211_declaratio_lt.html

Addendum (porque el pensamiento adviene a pasos discretos):

He hecho unas pequeñas cuentas según las cuales el 28 de febrero, día en que quedará vacante la sede papal, es el día dieciséis contado a partir del próximo miércoles 13 de febrero, Miércoles de Ceniza e inicio de la Cuaresma –recuérdese que en latín los plazos temporales se cuentan en números ordinales–. Es como si Benedicto XVI hubiese querido que su nombre quedase abarcado dentro de la Cuaresma, tiempo de penitencia y de sacrificios para el cristiano y también para la Iglesia. Benedicto XVI ofrece su dignidad como máxima penitencia del período de la Cuaresma. Pero, a la vez, hay tiempo suficiente para que el nuevo papa asuma el oficio justamente para la Semana Santa y, lo más importante, para el Domingo de Resurrección. Para la Iglesia, postrada por los pecados del mundo y por los suyos propios, alumbra un nuevo día, apacentada por el pastor universal en el espíritu de Cristo resucitado.